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Drogas: despenalizar es una pésima idea

Cuando el Gobierno encargó a una Comisión de juristas la redacción de un nuevo Código Penal, muchos celebramos la iniciativa. El discurso oficial comprometía a que, en contraposición al que fallidamente pretendió imponer el anterior gobierno, el nuevo plexo normativo estaría a la altura de legislaciones que tomaron la lucha contra el delito como política de Estado. Pero la influencia zaffaroniana en los juristas de la comisión no tardó en mostrarse.

Tras el fracasado proyecto de Aníbal Fernández para legalizar la tenencia de estupefacientes por via legislativa, no es novedad que el poderoso lobby gubernamental de ese momento influyó en el fallo CSJN “Arriola”, despenalizándose así por vía pretoriana y de manera imprecisa la tenencia de drogas para consumo personal, puesto que si bien el fallo es único y de naturaleza no obligatoria para otros casos, al emanar del más alto tribunal nacional, hizo que los inferiores lo siguieran, por economía procesal en los más diversos supuestos.

En la práctica, como toda política legalizadora que se conozca en el mundo, este lamentable fallo logró no sólo un aumento generalizado de mini-narcotraficantes disfrazados de consumidores sino la multiplicación de consumidores de drogas -confiados en la errónea idea de legalidad de sus actos-. En la esfera de la seguridad pública la influencia es mayúscula, en altísimo porcentaje de delitos graves la droga es actor principal. En los Estados Unidos se calcula que cerca del 70% del delito violento es provocado por el narcotráfico o narcouso, tanto por reyertas territoriales como por adictos para costear su vicio. Similares cifras trajo recientemente el Procurador de la Suprema Corte Bonaerense, doctor Julio Conte Grand, en su exposición en Usina de Justicia.

En el ámbito sanitario, se produjo una recarga del sistema engrosada por las intoxicaciones y los adictos tratados -o que no tienen dónde tratarse-, a la par de dejar a los jueces de grado sin la herramienta que le otorgaba la ley para derivar al adicto a un tratamiento.

Lejos de remediar esta situación, el nuevo Código recoge el fallo “progre” y lo convierte en ley, en contradicción a su discurso de lucha contra el narcotráfico: está probado que no existe oferta de producto en el mundo que pueda terminarse cuando la demanda crece exponencialmente. Más aún cuando la tenencia para consumo es legal. Y en lo que concierne a que sólo lo sería en las llamadas “drogas blandas”, lo cierto es que ya no hay tales porque incluso la marihuana -con sus manipulaciones genéticas- tiene un poder dañino extremo, como lo han expresado expertos de la Universidad de Harvard reiterada y recientemente, entre otros estudiosos en la materia.

Las legalizaciones han fracasado sistemáticamente en Holanda, Portugal, Colorado (EE.UU) y recientemente ingresa en esta lista Uruguay. En el país vecino, las cifras dadas a conocer en enero del corriente año reiteran los resultados mencionados. Y donde el “innovador” sistema de venta de estupefacientes por el Estado sólo provee al 3% de usuarios-adictos. Un gran negocio para el narco y, tal como advirtiera el ex presidente Sanguinetti, un experimento criminal. Una vez más, esperamos se atienda a estas críticas constructivas y nos alejemos de una vez por todas de una doctrina anacrónica y perniciosa, que nos condujo a este estado de inseguridad, impunidad e injusticia.

Martín Etchegoyen Lynch es Doctor en Ciencias Penales, Ex Fiscal, Miembro de Usina de Justicia.

Adicción al paco, una catástrofe social

La catástrofe social que es la adicción al paco, una verdadera pandemia distribuida por toda Sudamérica, vino para quedarse en Argentina a partir de la crisis del 2001. Los “paqueros”, término con el que se nombra a esta tribu urbana próxima a la tumbera, tienen por identidad el desamparo; nada ni nadie los aloja, excepto el brutal cemento de calles, plazas y terminales de trenes. La gran mayoría carece de familia, de hábitat, de abrigo, de escolarización. Sobran historias de abuso, de orfandad.

Ana tiene 12 años. La atendí como médico psiquiatra en la guardia del hospital. Cuando le pregunté sobre lo más lindo y lo más feo que le sucedió en su vida, me confíó sin titubear: “Mi padre y mi tío abusaron de mí desde chiquita. ¿Lo más lindo?… no recuerdo” En Salud Mental, no vemos el camino de salida. Estos niños y jóvenes se han convertido más en objetos de desecho que en sujetos de derecho, en semejanza con el residuo que consumen. Sus cuerpos tienen más cortes y tatuajes que piel indemne. Son seres ávidos, inquietos, hostiles, reflejo de un espejo que nadie mira.

Las preguntas frecuentes que los Juzgados hacen cuando derivan a alguno de estos niños-jóvenes a los equipos interdisciplinarios hospitalarios, compuestos por un psicólogo, un trabajador social y un psiquiatra son: “¿hay riesgo cierto e inminente y por ende internación? ¿Discierne o no?” ¿Al mundo hospitalario le es posible alojar a estas personas como piden muchos Juzgados? ¿Cómo evaluar este segmento sin tener en cuenta la realidad que habitan estos seres en sus 360 grados? La ley de Salud Mental es de suma controversia para el hospital público con respecto al paco.

Agrego: todos somos partes de una celdilla, tipo Excel, semejante a lo que otrora era el juego de la batalla naval, recuerdan?. Agua, tocado y hundido; un sistema más motivado por las estadísticas que por el recurso humano.

¿Qué ser que se balancea sobre una cornisa como “única alternativa de vida” puede ser tratado por instituciones cuya lógica y funcionalidad se diseñó para tratar con enfermos y no con catástrofes sociales?

La adicción al paco no es un instante en la guardia, sí una película de terror. No es una interrupción acotada a un lapso de tiempo como la de otros pacientes, es una catástrofe social, insisto. Y excede, a todas luces, el contexto hospitalario. ¿Podría ser considerada desde otro dispositivo, como ser granjas y/o comunidades terapéuticas?

Ana, me cuenta que se prostituye en un barrio para costearse el consumo y dice: “Algunas chicas suben a los autos y no vuelve más”. Agrega que sus experiencias de internación en el Estado no fueron satisfactorias, pues: “La gente tiene buena voluntad pero no sabe un carajo de nuestra enfermedad, encima a la noche nos dopan a todos”.

¿Es válido discutir si los tratamientos deben transcurrir a puertas abiertas o cerradas? Al vale todo que lleva el consumo de este residuo de droga letal, hay que ponerle un STOP. Al abismo, hay que brindarle una malla de contención, un tejido sensible e inteligente que aloje/contenga/guíe a estos seres sin timón en éste maremoto social.

Ana, coincide. Ella, al igual que un vasto público de consumidores que anhelan dejar esta adicción, claman por lugares cerrados, no punitivos y principalmente con gente idónea. ¿El Estado estará advertido de esta tragedia masiva? ¿Invertirá en revertir este etnocidio que corroe a los más vulnerables que son como un cuchillo de doble filo? Las Madres de Plaza de Mayo y las Madres del Paco dan cuenta que en nuestro país, muchos jóvenes son enterrados antes que sus padres.

Ricardo Kohan es médico psiquiatra.

La brutal epidemia de opiáceos reduce la expectativa de vida en Estados Unidos

La esperanza de vida en Estados Unidos descendió en 2016 por segundo año consecutivo y la mortalidad por sobredosis de drogas aumentó 21%, de acuerdo con el Centro Nacional de Estadísticas de Salud (NCHS).

La expectativa de vida en 2016 cayó 0,1 años a 78,6. Y es la primera caída consecutiva en dos años, desde el período 1962-63, solo visto anteriormente en los años 20.

La anterior caída en la expectativa de vida, pero en un solo año, se registró en 1993 en el pico de epidemia de sida.

Años de sobre-prescripción médica de analgésicos derivados del opio en los Estados Unidos han creado una crisis de adicción, con pacientes que recurren a la heroína y otras drogas callejeras cuando su prescripciones cesan.

«El factor calve en este cuadro es el incremento de muertos por sobredosis», explicó Robert Anderson, jefe de estadísticas de mortalidad del NCHS.

En 2016 murieron en Estados Unidos 2.744.248 personas contando solo a residentes en el país y la muerte de más de 63.600 de ellas se debió a sobredosis de drogas, según datos contenidos en dos informes divulgados este viernes por el NHCS, organismo dependiente de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC).

El informe «Mortalidad en los Estados Unidos: 2016» destaca que la esperanza de vida al nacer decreció de los 78,7 años de 2015 a los 78,6 de 2016.

Un un segundo informe, «Muertes por sobredosis de droga en los Estados Unidos, 1999-2016», arroja luz sobre uno de los problemas de salud que más preocupan a los estadounidenses: el aumento de las adicciones a los opiáceos y sus consecuencias.

El informe indica que la tasa ajustada a la edad de muertes por sobredosis de 2016 fue más de tres veces superior a la de 1999: de 6,1 muertes por cada 100.000 habitantes se pasó a 19,8 muertes.

El promedio de aumento de las muertes año a año en el periodo analizado fue de 10 %. De 2015 a 2016 crecieron 21 %.

Aunque las tasas aumentaron en todos los grupos de edad de 1999 a 2016 es en el de 35 a 44 años donde se llegó a un mayor índice: 35 muertes por 100.000 habitantes.

El estudio detalla la magnitud del problema del auge del consumo de poderosos opiáceos sintéticos como el fentanyl y similares y el tramadol.

La tasa de muerte por sobredosis de estos potentes analgésicos que se venden bajo receta médica pasó de 0,3 por 100.000 habitantes en 1999 a 6,2 en 2016 y el promedio anual de crecimiento de la tasa para los años 2013 a 2016 fue del 88 %.

Las tasas de muerte por sobredosis de heroína subieron 19 % de 2014 a 2016.